La pérdida temprana de la madre o el padre genera crisis en los pequeños, las cuales inciden en la construcción de su futura personalidad de adulto. La crisis se hace evidente cuando en la niñez ha tenido contacto directo y continuo con la persona fallecida. La pérdida temprana de la madre, a los dos años por ejemplo, es más difícil de superar que si ésta hubiera sucedido en el parto o en los primeros meses, pues ya ha existido una conducta de apego hacia ella. Esta ausencia abrupta puede suscitar depresiones, las cuales puede superar el niño dependiendo de la red de afectos que lo rodeen.
Aunque la función de los padres como figuras no es reemplazable, la cadena de afecto permite que el niño salga adelante. El niño que se encuentra frente a estas realidades, pasa por un proceso de duelo y luego recobra su interés por el mundo. Cuando la depresión es muy fuerte puede tomar otro camino más álgido: perturbaciones emocionales, del conocimiento, morales o de pensamiento. En la mayoría de los casos, cuando los padres fallecen, hay alguien que suple esa función y puede ayudar a superar la pérdida, pero si no existe ese alguien, la crisis puede agudizarse.
El contacto directo y permanente, junto con el afecto, son indispensables, de allí que cuando los huérfanos son recluidos en instituciones, donde no hay al menos una persona dedicada a ellos, muchos mueren a causa del “Síndrome de Privación Afectiva”.
Es recomendable, inicialmente, dejar vivir las etapas del duelo. Al niño debe decírsele la verdad, para no darle espacio a la fantasía. Él tiene que vivir ese proceso, sentir la realidad, qué fue lo pasó y asumirlo. Puede pasar por varias etapas: Una es de entumecimiento, se siente embotado, en una nube. También de negación, en la cual no acepta lo que ha pasado. Luego puede venir la aceptación de la realidad, que es como retraerse del mundo. Hasta que finalmente se acepta la realidad, para volver a relacionarse con el mundo exterior.
El tiempo de la superación del duelo es muy subjetivo, depende de las vivencias tempranas, de la cultura y del entorno. Muchas veces, aunque los padres fallezcan, no se produce la onda crisis, porque existen redes sociales que asume lo perdido, como es el caso de los tíos, abuelos, hermanos o familiares. La red de apoyo del grupo que está alrededor es fundamental, ésta puede expresar esos sentimientos y emociones que dan lugar a un uso saludable del duelo.
Pero existe otra clase de orfandad, la de los padres vivientes, la generada por los tiempos modernos que cada vez impide más el acercamiento estrecho de padres a hijos y viceversa, pues los intereses son otros: están demasiados ocupados y no hay tiempo para los chicos. Los niños que salen de su casa a una guardería desde la mañana y vuelven a ver a sus padres en la tarde, sufre otro tipo de duelo. Es hora de recompensar los duelos que generan esta sociedad, no sólo ocasionados por la violencia o el fallecimiento, sino por la ausencia permanente de quienes aún viven.
Aunque la función de los padres como figuras no es reemplazable, la cadena de afecto permite que el niño salga adelante. El niño que se encuentra frente a estas realidades, pasa por un proceso de duelo y luego recobra su interés por el mundo. Cuando la depresión es muy fuerte puede tomar otro camino más álgido: perturbaciones emocionales, del conocimiento, morales o de pensamiento. En la mayoría de los casos, cuando los padres fallecen, hay alguien que suple esa función y puede ayudar a superar la pérdida, pero si no existe ese alguien, la crisis puede agudizarse.
El contacto directo y permanente, junto con el afecto, son indispensables, de allí que cuando los huérfanos son recluidos en instituciones, donde no hay al menos una persona dedicada a ellos, muchos mueren a causa del “Síndrome de Privación Afectiva”.
Es recomendable, inicialmente, dejar vivir las etapas del duelo. Al niño debe decírsele la verdad, para no darle espacio a la fantasía. Él tiene que vivir ese proceso, sentir la realidad, qué fue lo pasó y asumirlo. Puede pasar por varias etapas: Una es de entumecimiento, se siente embotado, en una nube. También de negación, en la cual no acepta lo que ha pasado. Luego puede venir la aceptación de la realidad, que es como retraerse del mundo. Hasta que finalmente se acepta la realidad, para volver a relacionarse con el mundo exterior.
El tiempo de la superación del duelo es muy subjetivo, depende de las vivencias tempranas, de la cultura y del entorno. Muchas veces, aunque los padres fallezcan, no se produce la onda crisis, porque existen redes sociales que asume lo perdido, como es el caso de los tíos, abuelos, hermanos o familiares. La red de apoyo del grupo que está alrededor es fundamental, ésta puede expresar esos sentimientos y emociones que dan lugar a un uso saludable del duelo.
Pero existe otra clase de orfandad, la de los padres vivientes, la generada por los tiempos modernos que cada vez impide más el acercamiento estrecho de padres a hijos y viceversa, pues los intereses son otros: están demasiados ocupados y no hay tiempo para los chicos. Los niños que salen de su casa a una guardería desde la mañana y vuelven a ver a sus padres en la tarde, sufre otro tipo de duelo. Es hora de recompensar los duelos que generan esta sociedad, no sólo ocasionados por la violencia o el fallecimiento, sino por la ausencia permanente de quienes aún viven.
Una caricia, un abrazo,
un “te quiero”
en el momento preciso o sorpresivo,
son actos de reconocimiento,
de convivencia y supervivencia.
Hágalo pronto, “ellos” lo esperan.
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