lunes, 15 de junio de 2009

NO HAGAS PROMESAS

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Para ello se recurre al ingenuo y fácil recurso de “ofrecer, prometer nuevos comportamientos” sin haber antes concienciado la responsabilidad en la crisis matrimonial, sin admitir faltas graves, sin involucrarse emotivamente, en lo ocurrido, sin arrepentirse realmente y sin propiciar acuerdos que faciliten la rectificación y prevención de conductas inapropiadas.

Tales promesas en momentos críticos no son necesariamente indicativos de cambios. Cualquiera puede aprender a ser un hábil orador, un persuasivo en a comunicación, más ello no es lo mismo que la rectificación. Rectificaron significa que la persona ha descontinuado definitivamente su proceder inapropiado, a a luz de un nuevo enfoque y la modificación de creencias incapacitantes.

Los cambios transitorios de conducta no son válidos, y no entran en la categoría de rectificaciones efectivas. Esos son simplemente “acciones aisladas, superficiales, mecanizadas”. Es el típico “portase bien” del marido que llega temprano a su casa en las primeras semanas siguientes a la crisis. Que se muestra cariñoso y atento, por un corto tiempo, hasta que se le pasa el mal humor a su esposa. Ahí pudo haber promesas, mas no hubo rectificaciones.

Durante las disputas maritales -las cuales son necesarias algunas veces- deben reconocerse las faltas individuales como instrumento persuasivo y ejemplar para quebrantar ese ego. Ese orgullo que tanto daño se hace al matrimonio. El ego es un muro, un laberinto que separa a las personas. Un signo de ignorancia, porque te aleja de tus verdaderos emociones y sentimientos. Las reconciliaciones no deben ser productos del impulso para arreglar fácilmente las discrepancias maritales, como tampoco la rectificaciòn de motor de un auto puede ser realizado en cuestión de minutos. Hay problemas que por su complejidad requieren más atención, más compromiso y más dedicación para resolverlos. Una reconciliación duradera amerita de todos estos factores, como condiciones previas, no bastan las buenas intenciones, y mucho menos las promesas en los momentos de pánico. Recordemos que cuando estamos asustados, porque nuestras parejas se nos van, o porque perdemos el hogar, o tememos perder todo aquello que hemos construido durante años, entonces somos capaces de ofrecer el cielo y la tierra sin ni siquiera estar preparados para cumplir.

Tales promesas son irresponsables, producto del temor y la improvisación. Lo sensato sería prepararse primero y prometer después. Inclusive, una señal de madurez sería que el sujeto reconociese que por el momento esta confundido y que no percibe la opción mas conveniente, pero que hará el esfuerzo necesario para comprenderse a si mismo. De ser necesario buscando ayuda, en vez de andar prometiendo.

Hay que comprometerse para rectificar, tiene que haber un compromiso contigo mismo. Un decreto de cambio, en el cual pase lo que pase descontinuarás radical y permanentemente tu proceder inapropiado. Sin justificaciones, ni pretextos, ni excusas. O rectificas para siempre, o pierdes tu credibilidad, tu paz y tu hogar. Escoge.

….Mejor es que no prometas, que no que prometas y no cumplas.

No sueltes tu boca para hacer pecar á tu carne; ni digas delante del ángel, que fue ignorancia. ¿Por qué harás que Dios se aire á causa de tu voz de promesa, y que destruya la obra de tus manos?

(Eclesiastés 4: 5-6)

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